-Un vaso de agua por favor-, le dice, con la boca seca, al camarero.
Se
mira fugazmente el bolsillo y se tranquiliza un poco más. Lo que quiere ocultar
no asoma. Su corazón comienza a latir más despacio poco a poco. La cicatriz de
su cuello le pica, como cada vez que se altera, como cada vez que ejecuta. No
se rasca. Mira a ambos lados de la barra. A la izquierda un borracho mira su
bragueta inofensiva. A la derecha está ella, la mujer de cutis perfecto,
vestida de verde esperanza y con oscuras gafas de sol. Él sabe que le está mirando y asiente. La mujer
sonríe y se dirige a la puerta. Al pasar a su lado choca con él y continúa su
camino. Ahora, ese bolsillo, con la foto ensangrentada y un nuevo sobre, perfumado, se
torna más macabro que nunca.
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