lunes, septiembre 26, 2011

Copos

Nevaba. Los copos caían parsimoniosos, casi con pereza, como si no les apeteciera formar nieve, como cansados antes de dibujar el manto blanco. Un manto que sin tardar sería desvirgado suavemente por las pisadas de los pajarillos, extrañados, y después violentado por los niños, exaltados y excitados por el alegre y efímero paisaje y tan seguros de vivir un tiempo donde su espíritu infantil se siente libre y fuerte. Seguían cayendo, inevitablemente, acompasados, mientras adivinaban múltiples cabecitas inquietas tras los cristales de las ventanas, difuminados por el vaho.

lunes, septiembre 19, 2011

Quiero que sepas

- Hola.
- Perdona, ¿te conozco?
- Sí. Soy ese que va en tu vagón todos los días en el segundo asiento de la izquierda. El que te sonríe sin que le mires. El que te aparta cada mañana con la mente los zombis en tu recorrido hasta el kiosco. Soy ese que te induce por telepatía a elegir la revista Viajar, sin éxito, aunque quiero que sepas que no me importa que sigas hojeando el Hola. Sí, ese al que la almohada le dice cada noche que ya está cansada de interpretar tu papel.

lunes, septiembre 12, 2011

Enlatado

Quería verla. Quizás cerrando los ojos lo conseguiría. Bajó los párpados muy lentamente intentando fijarse al mismo tiempo en algo muy pequeño flotando en el aire. Pero sus pupilas electrónicas no seguían las órdenes de su renovado cerebro, lleno de esas cosas que los humanos llaman emociones. "¡Maldita sea!", quiso decir, aunque de su boca salió un sonido enlatado que le pareció ridículo. No podía encontrar en su base de datos la fórmula que explicara lo que provocó en su cabeza el beso suave de aquella joven sobre el frío plástico de sus labios.

lunes, septiembre 05, 2011

Durará siempre

Está bien, creo que hoy podré contárselo. Uff...
Justo al resbalar él yo me di la vuelta por instinto y le pude agarrar de la mano en su caída. Por Dios, había al menos cien metros de vacío bajo él. Su cara tornó blanca y sus ojos se clavaron en los míos. Yo había quedado sin apoyos. Después de un minuto, creo, mi hombro se dislocó tras varios intentos de subirlo. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos y él lo comprendió todo y lo aceptó. Su semblante se relajó y, en un momento, que aún dura, nuestras manos se separaron.