Justo al resbalar él yo me di la vuelta por instinto y le pude agarrar de la mano en su caída. Por Dios, había al menos cien metros de vacío bajo él. Su cara tornó blanca y sus ojos se clavaron en los míos. Yo había quedado sin apoyos. Después de un minuto, creo, mi hombro se dislocó tras varios intentos de subirlo. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos y él lo comprendió todo y lo aceptó. Su semblante se relajó y, en un momento, que aún dura, nuestras manos se separaron.
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