Trozos de colores y melodía. Pedazos de amargura y tristeza. Cachitos de terror y melancolía. Porciones de sabor y grandeza. Texturas de amor y alegría. Desechos de llanto y pereza. Necesidad de grito y sueños. Microrrelatos (o lo que sea).
lunes, mayo 28, 2012
Entre oscuras montañas
Al principio caminaba sin rumbo pero ya encontré ese valle florido donde las margaritas acarician mis pies descalzos sin hacerme cosquillas. A cada paso que doy decenas de ellas son deshojadas y siempre sale que sí, que me quieres. Cantos de sirena para mis ansias de ti, de escuchar tu voz pausada, la que marca el ritmo en los latidos de mi pecho. Me tumbo mirando hacia arriba. Allá, muy alto, planea majestuoso un buitre negro. ¡Ven buitre! Ven y devora los despojos de lo que fui. Ven y bésame.
lunes, mayo 21, 2012
El espejo
Hoy, al acercarme al pozo de
mi patio, las gárgolas de mi caja torácica comienzan a revolotear sobre mi
corazón. La sensación de hormiguillo es casi insoportable. Intuyo lo que veré
esta mañana de febrero, tan fría como tus holas y adiós. Cada día el reflejo de
su agua desnuda mi alma sin compasión. Me asomo al brocal. Miro hacia abajo. Acierto.
Te veo abrazado a ella. Aún. Pero de alguna manera este ritual, a primera hora,
me ayuda a enfrentarme a mí misma, a ese ser obsceno que te quiere desde la
distancia de un suspiro. Sí, me ayuda a dejarte ahí, en lo más profundo.
lunes, mayo 14, 2012
Esclavo
Al acercarme a ella noté
como preparaba sus labios para el contacto, como sus músculos se tensaban
levemente, como su respiración se congelaba con mi olor inundando sus anchos
pulmones. Una vez más aquella fuerza cruel e inhumana, de la que soy esclavo,
me obligó a besarla tibiamente en la mejilla. Su piel erizada me rasgó como
lija y puso de nuevo en marcha los engranajes de mi ya rutinario pero
insoportable sufrimiento.
lunes, mayo 07, 2012
Coitus interruptus
Sueño que le hago el amor a mi
antigua monitora de yoga. Un ruido me despierta cuando ella empieza a gemir. El
simpático vecino de arriba dejó caer algo de sus manos de mantequilla a las
tres de la madrugada. Al minuto va al servicio y escucho con extrema nitidez
como su orina cae contra el agua del inodoro. Me calzo mis zapatillas con forma
de vaca que me regaló mi primo el de Suiza. Salgo y subo las escaleras. Llamo a
la puerta del vecino. Abre sin preguntar. Entreabre los labios, entrecierra los
ojos. Está satisfecho por haberme despertado. Paso con él a su piso. Con
sorprendente facilidad lo cojo y lo lanzo por la ventana. Ahora hace mucho sol
fuera. Vuela despacio hasta posarse en un prado lleno de terneros. Uno de ellos
grita, “¡Al montón!”. Todos se tiran encima de él. Ríen. Antes de volver a su
pasto, depositan sus excrementos sobre mi vecino, que lucha por respirar y no
puede evitar tragar el delicioso elixir. Mi zapatilla izquierda se descojona de risa.
Me despierto de nuevo. Voy a tomarme un vasito de leche, sentido homenaje a esos benditos terneritos.
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