Trozos de colores y melodía. Pedazos de amargura y tristeza. Cachitos de terror y melancolía. Porciones de sabor y grandeza. Texturas de amor y alegría. Desechos de llanto y pereza. Necesidad de grito y sueños. Microrrelatos (o lo que sea).
lunes, noviembre 26, 2012
La sombra
Era esa sombra la que no me
dejaba respirar. Yo, que creía que me daba alas, tan ignorante. El espejo del
baño me previno una vez. No entendí sus reflejos de cara cansada, sus
destellos de tristeza, sus brillos de angustia. Aún ahora me parece verla arrastrarse tras alguna esquina. Pero un trozo de ese espejo me ayuda a
reflejar brillantes rayos de sol sobre ella. Y se va. ¡Huye, cobarde! ¡Huye! Es ese trozo en el que veo asomar tus ojitos tras mi hombro.
lunes, noviembre 19, 2012
Botones perdidos
Es cuando te desabrochas
la blusa cuando más te deseo. Es ese el punto en el que te veo más frágil. Es
ese el momento en el que te sientes tan segura de ti misma que tu media sonrisa
se muestra incluso amenazante. Es excitante. Es preocupante. Es que la cama no
aguantaría mis embestidas sobre ti. Es que no lo puedo evitar.
lunes, noviembre 12, 2012
Delicatesen
Como en mi anterior vida
fui un gorrino pues no puedo dejar de retozar en la mierda del poco cariño que
me ofreces, solo de cuando en cuando. Y como acabé asado en un horno de Aranda
de Duero, cuando era lechal, pues me da la claustrofobia cuando me arrinconas y
te acaloras por esa gotita fuera del inodoro. Pero si me ofreces esos
pezoncitos, rositas y duritos, me deshago y caigo en tus brazos. Y tú, que en tu
otra vida fuiste, claramente, gourmet de prestigio internacional, aparte de
monja de clausura e inspectora de policía, no puedes resistirte a mi suculenta longaniza.
lunes, noviembre 05, 2012
Huyamos
El pasillo es un bullicio de gente que
trata de estirar las piernas, de exhibirse mirando al infinito o de ver al
chico más guapo del avión. Como rayos de sol en Escocia aparecéis tú y tus
curvas iluminando mis ojos, cansados de tanto ejecutivo aburrido, de tanto
sudoku sin terminar. Con tus afiladas uñas, te lanzas al cuello del sobrecargo
justo cuando abre la puerta del piloto.
– ¿Qué haces? – grito, con el pasaje
paralizado a mi alrededor.
– ¡Llevemos este cacharro lejos!
¡Quiero besarte allí! – gritas con su yugular casi entre tus dientes,
quitándolo de en medio.
Me abalanzo sobre el piloto sin
pensarlo, empuñando la cucharilla del té.
– ¡Vamos!
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