lunes, agosto 27, 2012

Camisa de once varas

No me gusta como caza la perrita–, murmuró Samuel mientras sorbía, con pajita, su zumo de piña y uva. Se sentía “removío”, como solía decir él.
Salió a la calle mirando al cielo, de medio lado. Desconfiado, avanzó y llegó a la plaza, su plaza. Pero, ¿dónde estaba su plaza? ¿Dónde estaban sus leones de la fuente? Esos que unos días le recibían tristes y otros alborozados, que unas mañanas bostezaban y otras entornaban los ojos, como cegatos. Los que le ronroneaban cuando recordaba su mocerío y que todas las tardes le sermoneaban a su salida del casino del pueblo. ¡Se los han cambiado! Les han pintado cara de burgués, de serio notario nazarí, siempre mirando como… como al enemigo.
Se sentó frente a la fuente y al cabo de un rato comenzó a troncharse de risa. Pepe pasaba por allí de vuelta de la huerta.
– ¿Te hace gracia algo u qué, artista? –, preguntó Pepe.
– ¡Ay si fuera yo quinto, Pepe! ¡Ay si fuera quinto!
– ¿A qué viene eso Samuel?
–Te invito a un chato vino y echamos una parlaíta, Pepe.
–Tiras de mí con un hilo felpa y no se rompe, Samuel.
Fueron juntos hacia el casino.
–Oye Pepe, ¿tú sabes lo que es el Ecce Homo?

2 comentarios:

  1. Pepe y Samuel volvieron de nuevo a la fuente y confirmaron la Tercera Ley Fundamental, denominada de Oro, de la estupidez humana: Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas....

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  2. Y una vez confirmado llevaron a cabo su plan.

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