Salió a la calle mirando al cielo, de medio lado. Desconfiado, avanzó y
llegó a la plaza, su plaza. Pero, ¿dónde estaba su plaza? ¿Dónde estaban sus leones
de la fuente? Esos que unos días le recibían tristes y otros alborozados, que
unas mañanas bostezaban y otras entornaban los ojos, como cegatos. Los que le
ronroneaban cuando recordaba su mocerío y que todas las tardes le sermoneaban a
su salida del casino del pueblo. ¡Se los han cambiado! Les han pintado cara de
burgués, de serio notario nazarí, siempre mirando como… como al enemigo.
Se sentó frente a la fuente y al cabo de un rato comenzó a troncharse de risa.
Pepe pasaba por allí de vuelta de la huerta.
– ¿Te hace gracia algo u qué, artista? –, preguntó Pepe.
– ¡Ay si fuera yo quinto, Pepe! ¡Ay si fuera quinto!
– ¿A qué viene eso Samuel?
–Te invito a un chato vino y echamos una parlaíta, Pepe.
–Tiras de mí con un hilo felpa y no se rompe, Samuel.
Fueron juntos hacia el casino.
–Oye
Pepe, ¿tú sabes lo que es el Ecce Homo?
Pepe y Samuel volvieron de nuevo a la fuente y confirmaron la Tercera Ley Fundamental, denominada de Oro, de la estupidez humana: Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas....
ResponderEliminarY una vez confirmado llevaron a cabo su plan.
ResponderEliminar